Carl Einstein y el compromiso de los intelectuales

Para Júlia y Clara, alegres, libres y viajeras. También para Gemma, compositora
y cantante de Sant Andreu. Por la continuidad de las ideas libertarias.
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La columna Durruti y el panegírico del líder caído

Se conservan las fotografías del entierro de Durruti, el líder anarquista, en Barcelona, en el mes de noviembre de 1936.  La muerte temprana y confusa de Buenaventura Durruti supuso un golpe duro para el movimiento anarquista, para la causa republicana y el desarrollo de la revolución en marcha desde el verano del 36. En aquellos territorios en los que el fascismo no se había impuesto, la revolución estaba transformando profundamente la sociedad española.

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En una de las fotografías se muestra la comitiva que transporta el féretro. Uno de los milicianos mira directamente a la cámara. Es alto, fuerte, moreno, arrogante, joven. Los correajes los lleva apretados fuerte sobre su chaqueta de lana. Las manos enfundadas en guantes gruesos de motorista. Es fácil imaginarlo organizando el ataque a una posición enemiga en uno de los pueblos de Aragón que habían caído en manos de los fascistas y que la Columna Durruti recuperó para la revolución. Sólo se ven hombres. Serios y solemnes. Duros. Sin la uniformidad de las tropas regulares. Dispuestos a luchar y a morir.

A la derecha del grupo, un poco más retrasado, pero en primera línea, se puede distinguir un hombre más mayor, un poco más grueso que los demás pero de cuerpo firme y fuerte. Con gorra y cazadora de cuero negro tiene un aspecto serio y severo.  Unas gafas redondas, que nadie más de los presentes llevan y su rostro inteligente, hacen pensar en una posible dedicación intelectual. Se trata de Carl Einstein el escritor, historiador y crítico de arte alemán de origen judío. Amigo de Picasso, Braque, Gris, Miró y muchos otros artistas de las vanguardias europeas. Brillante teórico del cubismo. Fue el primer crítico que puso el acento en la importancia de la escultura africana y su influencia en las vanguardias artísticas (Negerplastik, La escultura negra, 1915) Trabajó como editor en París durante los  dos años y los quince números que duró la revista Documents, de arte y antropología, junto con Bataille y Leiris. Fue el escritor que con su novela Bebuquin o los diletantes del milagro, de 1912 hizo una gran contribución a la literatura expresionista alemana. Un intelectual de fama internacional que con cincuenta y un años había llegado a Barcelona a luchar contra el fascismo y se había integrado en el Grupo Internacional de la Columna Durruti.

A pesar de llevar pocos meses en Barcelona ya había suscitado la confianza suficiente entre sus compañeros anarquistas como para que le fuera encomendada la tarea de escribir y leer en la emisora de radio de la CNT el emocionado elogio fúnebre de Durruti:

“Nuestra columna supo de la muerte de Durruti por la noche. Se hicieron pocos comentarios. Para los camaradas de Durruti es natural sacrificar sus vidas. Uno dijo en voz baja: “Era nuestro mejor hombre”. Otros gritaban en la oscuridad: “¡Le vengaremos! El lema para el día siguiente era: “Venganza”. 1

En su discurso, Einstein insiste en la importancia de lo colectivo en la columna  y la voluntad de victoria y revolución:

“Durruti era un hombre extraordinariamente escueto, nunca hablaba de su persona. Había suprimido de su vocabulario la palabra prehistórica yo. En la columna Durruti sólo se conoce la sintaxis colectiva. Los camaradas enseñarán a los literatos cómo reformar la gramática en el sentido colectivo.” 2

“Esta columna anarcosindicalista ha nacido con la revolución. Es su madre. La guerra y la revolución son nuestro acto único e inseparable” 3

También pone mucho énfasis en las características no militares (o antimilitares) de la columna: “es un organismo sociorrevolucionario y no una tropa”. (…) Durruti determinó su espíritu libre y lo defendió hasta su muerte. El fundamento de la columna es el compañerismo y la disciplina voluntaria. El objetivo de su acción es el comunismo. Nada más” 4

La columna también es una escuela. Por la noche, alrededor de los fuegos, los chicos campesinos que llegan en grandes cantidades huyendo de la miseria y de la represión y fascinados por la gran aventura de la libertad, escuchan a los camaradas. “Algunos de ellos son analfabetos. Los camaradas les enseñan… 5

Sin duda la experiencia revolucionaria fue muy profunda para Einstein, que fue herido varias veces y luchó hasta el final. Hasta la derrota final. Aceptó a regañadientes la militarización de la milicia y a pesar de que le fueron ofrecidos puestos de jefatura siempre los rechazó. La experiencia de la camaradería miliciana anarquista abocada a la revolución fue el elemento fundamental de los pocos años que le quedaban de vida. En ella encontró (como también le había ocurrido a George Orwell en las milicias del POUM) una comunidad en la que sus ideales sociales se cumplían en la realidad: aquí y ahora.

Decenas de miles de personas solidarias y progresistas sintieron en buena parte del mundo que la lucha directa contra el fascismo era la prioridad fundamental en sus vidas. Y que el primer lugar de Europa en el que esta lucha había estallado abiertamente era España. El pueblo, la gente sencilla, se había enfrentado con las armas a los militares fascistas sublevados y con las ayudas suficientes podría ganar la contienda. Las tibias políticas de los gobiernos europeos contra el nazi fascismo no habían impedido en absoluto su crecimiento y consolidación. No habían evitado que se convirtiera en una amenaza para la civilización. Los más valientes entre estas personas, los más solidarios, viajaron a España por su cuenta, sin ninguna ayuda organizada, para ayudar en la lucha contra el fascismo y a favor de la revolución social.

La inmensa mayoría eran jóvenes. Orwell ya no lo era tanto. Treinta y tres años tenía cuando llegó a Barcelona. Pero un voluntario dispuesto a luchar en las trincheras que tuviera cincuenta y un años y que además era un intelectual que hubiera podido tener una vida pasablemente cómoda en otros lugares del mundo, lo convertía en una excepción. Einstein entabló amistad en la columna Durruti con otro intelectual alemán, Rudolf Michaelis, el conocido arqueólogo que había participado en la exploración del yacimiento mesopotámico de Uruk y que trabajaba en el Museo Estatal de Berlín hasta que fue detenido por la Gestapo en 1933 debido a sus actividades políticas anarquistas. Consiguió ser liberado y junto con su compañera se exilaron en Barcelona. Trabajó con Bosch i Gimpera en el museo arqueológico (a quien defendió de varios ataques políticos) y se afilió a la CNT. Fue nombrado delegado político del Grupo Internacional de la columna Durruti hasta abril de 1937. Pero entre Michaelis y Einstein había una diferencia fundamental: el primero había nacido en 1907, por lo que tenía solamente treinta años de edad. También había otra diferencia: Einstein era de ascendencia judía, Michaelis, no. Ser de izquierdas y judío y no esconderse en ésa época no era fácil. Einstein era plenamente consciente del antisemitismo asesino del movimiento nazi y habría tenido muchas oportunidades de huir hacia Inglaterra o Estados Unidos si hubiera querido. Pero era absolutamente consciente de las implicaciones internacionales de la Guerra Civil y de que lo que se estaba dirimiendo aquí tendría repercusiones en todo el mundo. Y se sentía plenamente responsable de ello.

En la última entrevista que concedió al diario La Vanguardia en mayo de 1938, mientras convalecía en Barcelona de una de sus heridas,  afirma con rotundidad: “no se puede perder. Sería demasiado grave para el mundo…” 6

 

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Arte, vida y silencio

La implicación total de Einstein en la revolución y la guerra de España plantea un ejemplo claro del compromiso de un intelectual por una causa política. Un ejemplo incómodo y radical, difícil de seguir para muchos. En 1936, cuando junto a su compañera Lyda y un grupo de intelectuales franceses, se integraron en el Grupo Internacional de la columna Durruti era plenamente libre de hacer lo que hacía. No estaban desesperados. Hubiera podido dar otro giro diferente a su vida. No es el mismo caso, a pesar de mostrar muchas similitudes, del de Walter Benjamin, el filósofo y crítico de arte, también de izquierdas, también semita, que se quitó la vida en Port Bou en 1940. Benjamin sí que se encontró en ese momento agotado, aislado y perseguido, sin salida, pero a diferencia de Einstein o de Orwell, se me hace muy difícil imaginar al filósofo berlinés en una trinchera. No obstante, Benjamin también había colaborado con la revolución de forma activa. No olvidemos que en el prólogo de su obra más famosa, La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, afirma abiertamente que es una contribución a la revolución en el campo cultural y una obra antifascista. Benjamin tenía cuarenta y dos años cuando murió.

En el compromiso vital de Einstein podemos encontrar un ejemplo de coherencia radical entre teoría y práctica.  Pero no sólo en el plano político, sino también en relación al arte, a la cultura a las actividades a las que se había dedicado durante toda su vida.  Einstein era duro y sin concesiones. Consigo mismo en primer lugar. Y sabía que sus juicios eran escuchados y tenían mucho peso. Era un espejo en el que los artistas e intelectuales contemporáneos les costaba mucho verse reflejados por miedo a ver en él sus propias cobardías, sus propios miedos y renuncias. Einstein era lo contrario de una vedette intelectual, de un izquierdista de salón, de un acomodado catedrático. Para Einstein arte y cultura no eran meros reflejos de la realidad, eran construcción activa de realidad, intervención decidida. Cultura y sociedad no eran para él esferas separadas, sino campos en permanente relación, en permanente combate. Por otro lado, Einstein odiaba el diletantismo y cuando se sumergía en un campo (fuera la escultura de África Negra o la obra de Braque) lo hacía a fondo. Era su forma de escribir, de hacer crítica e historia del arte: “a martillazos”, como diría mucho más tarde el escritor francés Didi-Huberman. Y en su militancia anarquista, su participación en la guerra y su escribir sin contemplaciones, a martillazos,  radica para este autor la razón de su olvido posterior, casi completo.

 

Declaraciones contundentes de mayo de 1938

En mayo de 1938, cuando hacía dos años que Einstein estaba luchando principalmente en Cataluña y Aragón, aunque también lo hizo en Guadalajara, fue herido y como he comentado antes, trasladado a Barcelona para su convalecencia. Es en este momento en el que el crítico y activista cultural Sebastià Gasch (redactor junto con Dalí y Montanyà del famoso y divertidísimo “Manifest Groc” de 1928) le hace una larga entrevista publicada en la revista Meridià. Setmanari de literatura, art i política. Tribuna del Front Intel·lectual Antifeixista de Barcelona. 7

Hay dos cosas que llaman mucho la atención al primer golpe de vista de esta entrevista: la foto de Einstein y el desconocimiento por parte de Sebastià Gasch que el crítico alemán llevaba dos años “lluitant a favor de la nostra causa”.

Menos de dos años han pasado entre la fotografía del entierro de Durruti y la que publica la revista Meridià pero Einstein parece casi otra persona, mucho más mayor. Casi un anciano. Pero muy firme con su rostro serio y su traje militar.  La siguiente fotografía que conozco es de una publicación francesa que la publica al reconocerlo en un café de Perpignan en enero de 1939. 8 Lleva la derrota con toda la dignidad posible, pero el proceso de envejecimiento se ha acelerado mucho. De hecho la mejor parte de su vida ya ha acabado.

El hecho que Gasch ignorara la presencia de Einstein en Cataluña es sorprendente. Todavía más cuando conocía bien su obra. Parece que la exigencia de anonimato fuera un elemento muy importante para Einstein, quien, por lo que vemos, no hizo muchos esfuerzos por contactar con los intelectuales, críticos y artistas locales.  

En la entrevista, después de presentarlo de manera entusiasta: “Es un dels esteticistes de més prestigi internacional” Da a sus juicios un valor muy alto: “Els seus judicis (…) no són un réflex de la sensibilitat d’un dia, sinó que diuen sempre coses eternes”. 9

Y lo primero que le pregunta es por Miró y Dalí.  De Miró dice que es el pintor con más talento de su generación. Que es un pintor muy catalán por los colores de sus telas. Un catalán primario. Aunque a veces sus obras son más proyectos de pinturas que cuadros. La razón es que el sueño es demasiado limitado ante  la violencia de los hechos actuales. Y pintores como él pueden perder la partida ante la competencia seria de estos hechos.

La observación se vuelve mucho más dura ante Dalí y califica su pintura de tarjeta postal de 1860. No escatima críticas: pintura pedante, de un academicismo falsamente revolucionario, basada en antigüedades ideológicas y que pretende una especie de revolución estrictamente estética que es completamente insuficiente y por consiguiente acaba repitiéndose siempre a sí mismo.

Al ser preguntado por el arte revolucionario contesta con la misma contundencia que en principio hacer arte en esos momentos es un pretexto para huir del peligro. Que la contemplación siempre es posterior a los hechos y que es ahora el momento de exponerse abiertamente. Añade: “les metralladores es burlen dels poemes i dels quadres. Les paráfrasis s’han acabat.” 10 Einstein rechaza de plano el arte pseudo revolucionario que en muchas ocasiones cae en un puro academicismo para halagar a las masas ya que está realizado con un estilo que no corresponde a su época, y un puro diletantismo ante los hechos que estos artistas no han conocido de primera mano.  Solamente ofrecen la ficción de una colectividad.

Pero cuando plantea el centro de sus ideas es en  el momento de ser preguntado por el rol de los intelectuales. Los intelectuales tienen que intentar  acabar con sus privilegios y con su “cobardía venerable y mal pagada” e ir a las trincheras. La amenaza en contra de la existencia es tan fuerte que ya no hay lugar para el arte. Ni para llevar un vida de rentista, de sueño o de “maquerau d’un fals real”  Para Einstein, muchos intelectuales continúan llevando una vida de “señoritismo” y una actividad monótona lejos de los hechos. Antes intentaban proveer a los burgueses de una vida privada, ahora caen en un conformismo teórico sin arriesgar su piel. Consideran a los artistas como una especie de funcionario que tiene derecho a la seguridad cuando todos están en peligro. El papel ridículo de los intelectuales es que soportan los hechos y no saben crearlos. Los intelectuales siempre habían hablado de aventura y ahora la evitan a cualquier precio. Por eso hay tan pocos intelectuales en el frente, y los soldados lo saben perfectamente.

Ante la pregunta de la razón de su presencia en España y su compromiso con la causa republicana, Einstein contesta que es la única cosa útil en esos momentos y porque no quiere soportar la monotonía de una Europa fascista. Añade que esta guerra está formando un nuevo tipo de españoles.

En la coda final del escrito, Sebastià Gasch sin duda se siente aludido por las ideas de Einstein al afirmar de manera innecesaria que no está de acuerdo con muchas de sus afirmaciones tan “categóricas”. Sin embargo, las publica por ser de quien son, “un dels més eminents esteticistes europeus” y sobre todo por ser un antifascista insobornable: “Einstein es trobà ja al costat de Liebknecht en les jornades memorables de l’hivern alemany del 1918-, que ha abandonat benestar, glòria i fortuna per posar-se amb les armes al servei de la guerra que sostenim contra l’invasor” 11

Creo que en esta coda final podemos valorar algunas de las claves del olvido posterior de la obra y la figura de Einstein en dos aspectos. El primero tiene que ver con las consideraciones duramente críticas hacia Dalí y su círculo (al cual, de alguna manera, Gasch pertenecía) que provienen en parte de su paso por la revista Documents. Críticas que fueron olvidadas por la fama posterior del artista ampurdanés, pero en las que también se puede incluir al mismo André Breton, a pesar de sus juicios igualmente negativos hacia Dalí.  Pero el aspecto crítico y estético siempre es menor al ejemplo vital: era un ejemplo demasiado punzante de coherencia entre teoría y práctica como para ser tomado como referente. La mayoría de los artistas e intelectuales de su época se hubieran sonrojado un poco no sólo ante la lectura de las contundentes declaraciones de Einstein, sino sobre todo ante la fuerza de sus acciones. Y también hay que tener en cuenta que en aquel contexto, la actitud de Einstein no era sólo de carácter político, sino que aplicaba hacia la guerra y la revolución la misma rigurosidad analítica que hacia la cultura. Y Einstein no concebía la cultura como entretenimiento o prestigio social, sino como elemento activo de transformación.

 

Final

En enero de 1939 parte hacia Francia con los miles y miles de exilados republicanos. Como hemos visto antes, una revista publica su fotografía al reconocerlo en Perpignan y añade en el pie de foto que se trata del sobrino del científico Albert Einstein, dato erróneo. Es internado temporalmente en un campo de concentración y en febrero llega a París. Se instala en casa de su hija Nina y después en el domicilio de sus amigos Michel y Louise Leiris. Pasan los meses y ante la inminencia de la ocupación nazi de París intenta abandonar el país y pasar a Inglaterra. Pero fracasa al no disponer de un pasaporte actualizado.  En la primavera de 1940 Einstein vuelve a ser internado en un campo próximo a Burdeos. Consigue salir en libertad. El ejército nazi entra triunfante en París el 14 de junio, sin disparar un solo tiro. Einstein intenta suicidarse por primera vez. Es acogido en el monasterio de Lestelle-Bétharram, próximo a la localidad de Lourdes, cerca de la frontera española. El 5 de julio se lanza al río Gave d’Oloron y fallece ahogado. Es enterrado en el pueblo de Boeil-Bezing. En el otro extremo de los Pirineos, en Port Bou, dos meses después, el 26 de septiembre se quitaría la vida Walter Benjamin.

     

 

1 Einstein, C. La columna Durruti y otros artículos y entrevistas de la Guerra Civil Española. Edición de Uwe Fleckner. Mudito & Co. Barcelona, 2004 p.17
2 Ibídem
3 Ibídem
4 Ibídem p. 19
Ibídem p. 18
Ibídem p. 36
Ibídem. Reproducción facsímil del artículo de Sebastià Gasch con la entrevista. He conservado el idioma catalán del original.
Reproducida en el catálogo La invención del siglo XX. Carl Einstein y las vanguardias. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofia, Madrid, 2008 p.22
Einstein, C. ob. cit. Reproducción facsímil.
10 Ibídem
11 Ibídem

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