La moda desde su origen hasta nuestros días está ligada a aspectos sociales, estéticos y económicos, íntimamente fusionados y en cambio contínuo. Carmina Vivas, profesora de la ESHAB, nos descubre el origen de la moda tanto desde la perspectiva histórica y social en el s.XIV como desde el moderno concepto de pasarela ideado por Worth en París en 1857.
↑ Ejemplo de ‘moda’ aristocrática en una pintura medieval.
El gusto por las novedades es uno de los hitos de nuestra cultura contemporánea. El término “moda” hace referencia al fenómeno, en el campo del vestir, caracterizado por una lógica interna de cambio sistemático y regular. Su rasgo principal es la rapidez y el continuo devenir de estilos de forma periódica. En ese sentido ni un kimono ni una chilaba entrarían dentro de esta consideración. (Hablaríamos entonces de indumentaria). Una vez superadas las postguerras, la fiebre por la modernidad y las novedades ha ido unida a una jovial celebración del presente, la juventud y la creatividad. Lo más significativo, ya desde la “Belle Époque”, ha sido la institucionalización de dos temporadas: Primavera-Verano y Otoño-Invierno, con todo el despliegue de colecciones. En estos momentos, en los albores del siglo XXI, y en la llamada “crisis de la sociedad del bienestar”, esta lógica de la inconstancia y las grandes mutaciones organizativas y estéticas, no puede ser explicada por la distinción de clases sociales. En ocasiones los grupos más marginales tienen también sus propias modas designadas “Modas de tribus urbanas”.
De forma más estricta, el término “Moda” se da en el ámbito de las sociedades democráticas orientadas, hasta ahora, hacia la producción de consumo y la comunicación de masas. Los obreros de la confección en China se extrañaban p.ej. cuando tenían que realizar para el mismo cliente miles de cazadoras como las que ya elaboraron el invierno pasado pero con el cuello vuelto y cinco centímetros más cortas. No entendían cómo no les servían las del año anterior.
Falta de interés intelectual
A pesar de que el fenómeno ha conseguido una amplia aceptación social, entre la intelectualidad del siglo XX, esta forma de expresión, ha sido poco tratada. Se consideraba la moda como algo frívolo y pasajero. Los estudiosos de la sociedad apuntaban a reflexiones más profundas a cerca de la universalidad de los valores. Por el contrario provocó críticas, al considerarla una forma más de manipulación de masas. A demás creían que incitaba a la competitividad por el prestigio de clase, en contra de la la igualdad social por la que se estaba luchando ya desde el siglo XIX.
El filósofo Habermas afirma, con cierta acritud, que “la moda se halla al mando de nuestras sociedades, dominadas por la frivolidad, último eslabón de la cadena capitalista, y en donde predominan la falta de razón crítica y la alienación generalizadas”. La moda está en todas partes pero no ha interesado a la mayoría de los teóricos.
Cambio y modernidad
Para ideologías contestatarias, como la “hippie”, el cambio en la forma de vestir suponía no sólo la expresión de sus ideales, sino también el romper con la tradición y las imposiciones “artificiosas” del pasado.
Otros intelectuales más vanguardistas, defienden las increíbles aportaciones del mundo de la moda, no sólo en cuanto al desarrollo económico, por la cantidad de puestos de trabajo que supone, sino también, por los beneficios que genera en el terreno del pensamiento y las conductas sociales. Gilles Lipovetsky aboga por una tesis provocativa: “Lo artificial y pasajero de la moda favorece el acceso a lo real”. Lo real para este autor es el cambio, (como en las tesis del viejo Heráclito), no los valores eternos que hemos visto derrocados al terminar la centuria. Lipovetsky da una nueva interpretación a la era del consumo y la comunicación. Considera la moda como el agente supremo de la dinámica individualista. Permite la acción lúcida, voluntaria y responsable para progresar en un mundo más libre y mejor informado. También es favorable al uso crítico de la razón y contribuye a arrancar a los hombres del fanatismo y el obscurantismo. Colabora, en definitiva, a construir un espacio público abierto, a modelar una sociedad más legalista (hay que regular las copias, puestos de trabajo, comercio etc.), más madura y más escéptica. Con esta declaración, el filósofo se refiere a que hay que aprender a relativizar. La inconsistencia de la moda favorece la conciencia, sus locuras, el espíritu de tolerancia, su mimetismo, el individualismo, y su frivolidad nos enseña a respetar los derechos del ser humano, empezando por la libertad en el vestir. Una de sus frases estrella es “La Moda es el peor de los escenarios, con excepción de todos los demás”.
Los Orígenes
Pero, ¿cuál fue el origen de la moda? Se entiende que sólo hay un sistema de moda cuando, el gusto por las novedades llega a ser un principio constante y regular. Se fue gestando lentamente, en el transcurso de los siglos XIII Y XIV entre las cortes europeas y la nobleza. Se consolidó en el siglo XVII en el Versalles de Luis XIV, y se desarrolló en los siglos posteriores, con el auge del capitalismo mercantilista.
En las civilizaciones antiguas, el mismo tipo de shenti (faldellín) egipcio, se mantuvo durante siglos. Las túnicas griegas y romanas sólo fueron retiradas con las invasiones bárbaras. Estos pueblos, una vez asentados, dieron lugar a una indumentaria síntesis entre las costumbres latinas y las germanas, que recorrería toda la alta Edad Media.
Fue en la Baja Edad Media cuando factores políticos, económicos y socio-culturales produjeron la aparición de la “Moda”.
Factores políticos
Las causas de orden político se produjeron con la progresiva desaparición del feudalismo y el desarrollo de las ciudades. El progreso de la burguesía mercantil y financiera en el siglo XIV, dio lugar a que los burgueses enriquecidos compraran títulos y casaran a sus hijos, y en especial a sus hijas, con miembros de la nobleza. A éstos les convenía ya que, la protección que los reyes habían otorgado a las ciudades, les había llevado a la ruina económica. Eran ostentadores de títulos nobiliarios tras los que, realmente, no quedaban fortunas. Esto explica la ampliación del número de “nuevos ricos plebeyos” en un movimiento de ascensión económica que les permitía adquirir productos lujosos, algunos provenientes de oriente, de los que, antes sólo la nobleza podía disfrutar. En las grandes fiestas que la alta clase social organizaba, se daban cita los vástagos casaderos de ambas partes, así como los artífices del contrato social o matrimonio. Las rivalidades de clase estaban servidas. En esta lucha por la competencia emergió la dinámica de la moda. Las clases burguesas, en busca de la respetabilidad social, emulaban las maneras de ser y de parecer de las clases nobles “superiores” y éstas, para mantener la distancia social y diferenciarse, se vieron obligadas a modificar su apariencia una vez alcanzados por sus competidores. De este movimiento de imitación y distinción nace la mutabilidad en el vestir, a la que fueron tomando aprecio.
Edictos suntuarios
“Los edictos suntuarios” prohibían a las clases inferiores exhibir las mismas telas y los mismos accesorios que a las clases altas, pero en los siglos XIII Y XIV, los nuevos ricos, comerciantes y banqueros, se los saltaban, rivalizando en elegancia con la nobleza de rango. Avanzando en el tiempo, en los siglos XVI y XVII, el gusto por el cambio de apariencia penetró en la mediana y pequeña burguesía. Telas, encajes, pedrería, estampados, todo se producía. En 1620 Richelieu prohibió los despilfarros en materia de vestuario, pero evidentemente no se cumplían. Tras la Revolución Francesa se dictó un Decreto de Convención en 1793 por el que se declaraba el principio de libertad indumentaria. A partir de aquí la moda se convirtió en un agente de la revolución democrática, junto con la ascensión económica y el Estado Moderno, entendiendo como tal, aquél que goza de la división de poderes. Se inicia aquí la Edad Contemporánea.
↑ Grabado del s. XVII, Países Bajos.
Una cuestión económica
El factor económico es primordial para entender estas variaciones. Volviendo a la Baja Edad Media (S. XIII Y XIV), la revitalización del comercio y la creación de nuevas rutas como la Hanseática, estimularon los intercambios y la consecuente producción de de las industrias textiles. Todo ello se vió favorecido a su vez, por un relativo periodo de paz respecto a épocas anteriores. Los lugares de fabricación de telas se convirtieron en grandes núcleos de exportación. Así las mejores lanas provenían de Inglaterra y los Reinos Hispánicos, los mejores paños de Flandes, los encajes de Holanda, los terciopelos de Italia, las sedas de Oriente a través de la ruta de la seda y también de Bizancio, los cueros de Rabat, el algodón de la India y Siria, los colorantes de Asia Menor y las plumas de África.
Esta industria no hubiera sido posible sin una buena organización del trabajo. Esto se debió a la creación y desarrollo de los gremios, que reglamentaron la división de tareas. Los oficios, se mantendrían hasta bien entrado el siglo XIX, con la Revolución Industrial. Todo el personal, sastres, modistos, zapateros, sombrereros, forradores, tintoreros, así como los especialistas en técnicas de confección, botonaduras, cordones, pieles, pasamanerías, bordados, encajes etc. forjaron el engranaje de la moda con su complicada realización y múltiples innovaciones. Si bien los gremios, con su política de aranceles y normativas para proteger la producción, coartaban la iniciativa, por otra parte ayudaban a mejorar la calidad en las técnicas de confección, tejidos y tintes.
Influencias del pensamiento
La ideología que se difundió entre las clases altas en los siglos XIII y XIV fue otro de los agentes desencadenantes de la ilusión por cambiar de aspecto.
Los valores de la cultura caballeresca y cortesana, así como la idealización de la mujer, llevaron a las buenas maneras y al lenguaje cuidado, tanto como al buen gusto en el vestir. En esta época asistimos a los cantos del amor provenzal. El hecho de que los matrimonios fueran concertados por las familias, teniendo como prioridad los intereses patrimoniales, dió lugar a la idea de que el verdadero amor se hallaba fuera del matrimonio. Se consideraba
que éste era más puro. Así que se puso en marcha un nuevo dispositivo de seducción que actuó como detonante de la estética de la apariencia. Ellos y ellas no se podían abandonar aunque estuvieran casados.
Hasta ese momento, hombres y mujeres habían utilizado largas túnicas de distintas formas, atadas o no, a la cintura con grandes “sobretodos” para protegerse del frío. A partir de 1350 el traje marcará la diferencia de sexos. Se difundió el traje corto ó “jubón” para los hombres. Era una chaqueta corta, cerrada por delante con botones y ajustada al talle. Se llevaba con unos calzones ceñidos que dibujaban la forma de las piernas. El traje femenino perpetuaba la tradición del vestido largo pero más adaptado a la cintura y escotado, para resaltar los atributos de su feminidad. Un gran giro en la indumentaria, si tenemos en cuenta que, desde la institucionalización del cristianismo, a fines del s. IV, se prohibió la representación del cuerpo humano desnudo y se estipuló el decoro y el recato en el vestir. Sólo basta recordar la cantidad de imágenes con figuras humanas que, del mundo bizantino, han llegado hasta nosotros a través de mosaicos e iconos.
En el Renacimiento se verá una mayor distinción entre países europeos en cuanto al tema, dependiendo del clima y de la represión religiosa. En España, considerada la “reserva espiritual” de occidente, la moda será muy austera y de colores oscuros, mientras que en Italia, los colores vistosos y las telas lujosas alegrarían las fiestas florentinas y los carnavales venecianos. No fue así en los Países Nórdicos y Alemania, donde el influjo de la reforma protestante marcaría severos tintes en el aspecto físico de las personas.
La inauguración de la pasarela
Durante los periodos mencionados y en la época barroca, serían los sastres y modistas personales los que asistían a palacio o a las casas de sus distinguidos clientes. Estos, con las telas que habían adquirido previamente, diseñaban con la ayuda de su modisto, el modelo que deseaban. Dado que los gremios habían desaparecido ya para entonces, la fantasía y la imaginación inundaron el sector, sobre todo en las cortes más ricas y licenciosas p.ej. la de Luis XIV, Luis XV y Luis XVI.
“La imagen de la moda” en sentido moderno, entra en escena en la segunda mitad del siglo XIX. En otoño de 1857 Charles Frederick Worth, modisto de origen inglés, al que debemos la creación de la alta costura, se había trasladado a París para servir a una clientela aristocrática. Tuvo una idea genial. Trataría el traje como una auténtica obra de arte. Él mismo compraba las telas, creaba sus diseños y los confeccionaba. Fundó su propia casa de modas.
A partir de este momento ya no iría él a casa de sus clientas sino que éstas acudirían a su “Maison”. Se inauguraron así los desfiles. Modelos inéditos se presentaron en salones y tras la elección por el cliente, se confeccionaban a medida. Aquí la Revolución Industrial marcaría nuevamente la distinción de clases: La burguesía, con su acceso directo al glamour, y el proletariado, al que la falta de recursos se lo impedía. París se convirtió en el centro de la moda femenina, mientras que la moda masculina tendría su centro en Londres. La fama de los sastres ingleses así como la calidad de los paños británicos, lo determinaron.
La evolución que en Europa experimentó el sector, vino con sus grandes diseñadores, Poiret, Lanvin, Chanel, Dior, a quienes se les llamó “creadores”, viéndose así elevados al merecido rango de artistas. Ellos propiciaron el origen de las marcas y su patente en el registro oficial, la recreación de la alta costura, y la creación del prêt-à-porter, así como la aparición de las grandes firmas.
El fenómeno se trasladó también a Estados Unidos a partir de 1930, erigiéndose como nuevo núcleo de pasarelas y difusor de corrientes.
Incógnitas y reflexiones
En las primera década del siglo XXI cabe preguntarse cuál será el destino del fenómeno “Moda”, teniendo en cuenta, la dimensión de la crisis económica internacional, la irrupción de los exportadores orientales en los mercados occidentales, el nuevo tipo de relaciones sociales y familiares, el valor del reciclado, el auge de ventas por Internet, incluso el cambio climático, y un sin fin de cuestiones más, que pueden precipitar saltos vertiginosos aún por determinar y por valorar.
↑ Charles Frederick Worth, 1857