RECLAM_ACCIONS Per la cultura. Entrevista a Nora Ancarola.

Fotografía oficial de grupo. PAAC, Plataforma Assembleària d’Artistes de Catalunya.

 

 

Antonio Ontañón: El pasado mes de noviembre, la PAAC, junto con otras asociaciones de trabajadores de la cultura, publicó un manifiesto crítico con la situación de la cultura en Barcelona y Cataluña. ¿Cuáles son las claves del descontento de los trabajadores y las trabajadoras de la cultura?

Nora Ancarola: Me agrada comenzar esta entrevista con esta pregunta. Sí, el pasado mes de noviembre un conjunto importante de asociaciones y de creadores y creadoras independientes nos unimos de una manera espontánea, rápida y casi diría natural, para finalmente publicar ese manifiesto. La PAAC (Plataforma Assembleària d’Artistes de Catalunya) hizo un llamamiento a la gente del sector, a los artistas de todos los ámbitos de la creación, y, luego de dos o tres sesiones, el consenso fue unánime. Esto solo sucede cuando el descontento es generalizado y hay una necesidad absoluta de manifestarse. La situación en la que nos encontramos los trabajadores y trabajadoras de la cultura desde hace unos cuantos años, y que ya es verdaderamente desesperante, es de un creciente y continuado abandono por parte de las instituciones, no solo culturales, sino también educativas y legislativas, lo que repercute negativamente en la valoración que la sociedad en su conjunto hace de la actividad cultural.

En estos 40 años de democracia, hemos pasado 30 generando un “bluff” cultural, siendo utilizado como marketing de un país que necesitaba con urgencia ponerse al día y demostrar pátina cultural, e instrumentalizado políticamente de manera sistemática y de lo cual llegaban algunas migajas para producir mercadería visible. En el campo de las artes visuales parecía que se comenzaba a generar una red de creación, producción e investigación de manera bastante articulada, gracias al esfuerzo de los profesionales del sector, animados por lo que parecía un camino promisorio.

Pero desgraciadamente no era el objetivo institucional, y la crisis dio argumentos para desmontar todo lo que se estaba iniciando. La crisis fue la gran excusa del aparato gubernamental para cortar todo alimento de carácter cultural desvelando lo que subyacía: un profundo desprecio por los que trabajamos en la cultura. Solo ha quedado algún interés por la recuperación de patrimonio –para preservar colecciones privadas– por parte de los políticos conservadores de nuestro país representados en estos momentos por la Conselleria de Cultura de la Generalitat de Catalunya. Por otro lado, el Ajuntament de Barcelona –en estos momentos gobernado por un nuevo partido salido de los movimientos del 15-M, los “comunes”–, ha resultado para muchos de nosotros muy desilusionante en el ámbito de cultura, ya que la deja en manos de los que habían creado la Marca Barcelona, con intereses cada vez más ligados a la empresa privada –PSC, muy en la línea de su marco estatal PSOE– y que entienden la cultura como un escaparate que precariza cada vez más a los que trabajamos en ella, con un desprecio propio de un neoliberalismo basado en la emprendeduría –en un país donde la estabilidad de las pequeñas empresas es muy débil– y el “tu puedes si te lo propones”.

La llamada de la PAAC al conjunto de los creadores y creadoras llega justo en el preciso momento en que Ada Colau cede la regiduría de Cultura a Collboni, del PSC, pero no solo eso, sino que además le otorga algunas competencias en Turismo, Urbanismo y Finanzas, un pack perfecto para engrosar las arcas de las empresas que siempre se han enriquecido a costa de precarizar a los trabajadores. Un verdadero desastre. Es evidente que una gran deficiencia de “los comunes” es creer que la cultura es elitista y propia de las burguesías –por tanto debe ser gobernada a partir de esos intereses, lo que es un verdadero sinsentido teniendo en cuenta que los artistas visuales, por ejemplo, generan el 85% de sus activos profesionales trabajando en otras cosas para sobrevivir, haciendo dobles jornadas –la de la creación y la alimentaria– ya que el pago por realizar un proyecto y/o exposición se realiza a través de papel –catálogos–, visibilidad –SIC–, o “glamour” si tienes una galería “guay”.

Las acciones que salen de las reuniones de la recién formada Federació de treballadors i treballadores de la cultura, son dos: la campaña Colau, on ets? (Colau, ¿dónde estás?)– y el manifiesto que se presenta el 8 de noviembre en rueda de prensa a través de tres portavoces: uno de la PAAC, uno de la ACCA (Associació Catalana de Crítics d’Art) y otro de Xarxaprod (una red de centros de arte de todo el territorio catalán).

En relación a la primera acción, el objetivo era explicarle a nuestra alcaldesa –en la cual algunos de nosotros habíamos puesto alguna expectativa– lo que había hecho al dejar en manos del PSC la Regiduría de Cultura, a la vez que nos presentábamos, no como la élite de la cultura, sino como un grupo de gente trabajadora. Le explicábamos también que la incorporación en el equipo de Gobierno de los que han transformado la cultura en escaparate político y negocio de unos pocos era una gran equivocación.

En segundo lugar, redactamos un manifiesto que, dirigido a la sociedad en su conjunto, se refería tanto a las políticas culturales de la Generalitat de Catalunya como al Ajuntament de Barcelona. Comenzábamos hablando del creciente abandono del sector de la cultura por parte de las instituciones públicas, cuyas prácticas se alejan cada vez más de las normas mínimas de respeto hacia los creadores y creadoras y sus públicos.

Del Departament de Cultura se señalaba la absoluta falta de transparencia, la inexistencia de un proyecto y planificación cultural y la priorización de la industria en detrimento de la investigación y la acción cultural como una articulación social necesaria. Este último punto se refería también a las políticas del ICUB, que si bien en aquel momento aún no habían comenzado a concretarse, teníamos muy claro que se concretarían en medidas “festivaleras” de “escaparate cultural” y ligadas a la empresa, muy lejos de las propuestas de Barcelona En Comú en sus inicios –que pretendían poner énfasis en la función social de la cultura como canalizadora de pensamiento crítico y bienes simbólicos y en la construcción de relatos colectivos–. Era importante también en nuestro comunicado denunciar las empresas externas –como CiutArt o Magma– que contratan trabajadores y trabajadoras dentro de los centros de arte, museos y espacios educativos, precarizando aún más el espacio laboral. En estos días, después de casi un año de luchas, estos mismos trabajadores y trabajadoras continúan en huelga indefinida.

En aquel momento también hablábamos de malas prácticas en los concursos públicos y designaciones de cargos de responsabilidad, pero nunca nos imaginamos hasta donde se podría llegar. En estos meses se han elegido direcciones a dedo y en caso que se realizara un concurso, el jurado fue absolutamente endogámico y tóxico.

En definitiva, nuestro reclamo abarcaba prácticamente a todos los campos: en realidad hablábamos de la política cultural en su conjunto, por lo que pedíamos interlocución urgente con las administraciones.

 

A. O.: El manifiesto contrapone dos modelos de cultura: el neoliberal, basado en la idea de las industrias culturales, el entretenimiento y el modelo turístico y el crítico, basado en la idea de fomentar la creación de base, la más comprometida con la realidad, con la investigación y con la transformación social. ¿Podrías comentar brevemente las diferencias entre ambas concepciones?

N. A.: Sí, tal como enuncio en la respuesta anterior, la crítica global que hacemos a las administraciones es la instalación del modelo de cultura neoliberal más duro. Las industrias o empresas culturales –fábricas de creación– fueron el gran “invento” que partidos claramente neoliberales tanto de derechas como los de izquierda derechizados como el PSC, que introduce el modelo del “tu puedes” y las ofensivas propuestas de emprendeduría como solución a la crisis. Relacionar la cultura con el entretenimiento y el turismo es la gran apuesta de estas administraciones, despojándola de toda función crítica y transformadora.

En el momento actual, de crisis –estafa– financiera y política, se ha arrinconado la cultura a un espacio de prescindibilidad. Ello, unido a la idea que los que trabajamos en la creación y el arte en general, tenemos nuestra “recompensa” en el propio “hacer”, aunque ello no nos permita vivir dignamente. Una excusa perfecta para devaluar nuestros derechos laborales y evitar así cualquier “ingerencia” del pensamiento crítico en la sociedad.

En los últimos años, incluso en las épocas de “vacas gordas”, la cultura se medía por la cantidad de infraestructuras. Toda ciudad, por pequeña que fuera, quería tener su museo de arte contemporáneo, lo que permitió recalificar zonas poco valiosas a través de gentrificaciones escandalosas, en muchos casos poco eficaces, pero en otros destrozando el tejido ciudadano. En estos momentos muchos de estos espacios tienen presupuestos bajísimos que impiden cualquier programación coherente y ponen en peligro su continuidad. Los reducidos presupuestos dedicados a creación contemporánea han hecho que en estos últimos diez años se hayan cerrado innumerables centros arte y creación. Eran el incipiente germen de una verdadera estructura rizomática que se estaba generando.

Pero no me gustaría que entendamos que estoy hablando exclusivamente de subvenciones. La apuesta por la creación y la cultura contemporáneas, no empieza ni acaba en las subvenciones. Nuestras administraciones han sido y son ineficaces en la construcción del tejido cultural de nuestra sociedad. No han sabido generar interés por los valores del pensamiento crítico, reduciendo de manera ingente las becas y los presupuestos en investigación, reduciendo y maltratando a los docentes, reduciendo presupuestos y aumentando los precios de las matrículas en los centros de arte.

Quizás podríamos pensar que esta postura neoliberal ha conseguido incidir en el mercado del arte; sin embargo, ni en esto han sido capaces ni eficaces.

Estela Rodríguez utiliza en uno de sus textos el término “Exterminio de la cultura”, y me parece muy oportuno. Primero se comienza por la desvalorización y precarización de la profesión, luego por la desaparición progresiva de la cultura, reemplazándola por una cultura banal, divertida, amable, donde lo importante son los índices de público y el rendimiento de taquillas. El modelo Fórum Universal de les Cultures del 2004 es el mejor ejemplo del enmascaramiento que subyace en los proyectos culturales. Gentrificación, suculentas ganancias inmobiliarias, debates banales con aspecto de interés global, para beneficio del político de turno y sus amigos, etc.

En el otro lado, desde el lugar de los y las que trabajamos en cultura y en educación porque creemos en sus potencialidades, está el pensamiento crítico, la defensa de la universalidad, de la cultura, de la libertad de expresión. De este otro lado están los que han luchado porque haya una biblioteca pública en cada barrio, los que creemos que debemos consolidar espacios de relación y creación más que construir nuevos, recuperar la coherencia de los proyectos culturales y dotarlos de medios para su desarrollo. Creemos también que los centros públicos y los museos deberían tener autonomía y forma jurídica propia.

En nuestra idea de cultura, el arte, la creación, la educación y la sociedad han de estar absolutamente interconectados en un proyecto donde el contexto y los intereses de cada comunidad tendrían que generar acciones conjuntas.

Muchas veces se habla de que no existe diferencia entre baja y alta cultura, es evidente que en relación al valor de ambas, la importancia es compartida. Me agrada más la idea de hablar de culturas, con su diversidad y tendencias, siempre y cuando interconectemos los distintos espacios de la creación y el pensamiento, permitiendo también generar vínculos reales de interacción y “porosidades” entre los diferentes sectores de la sociedad.

 

A. O.: Estas dos concepciones de la cultura implican también dos formas diferentes de políticas culturales. ¿En qué se diferenciarían?

N. A.: Está claro que a las grandes diferencias entre la dos formas de entender la cultura les corresponden políticas culturales diferentes.

En contraposición a lo que creemos que deberían ser unas políticas culturales integradoras, que den valor a las acciones de todos los sectores de la cultura, relacionándolos y articulándolos para hacer públicas las diferentes voces y ponerlas a debate y en acción, a nuestras instituciones les preocupa muy poco el sentido social y articulador que puede tener la cultura.

De todos modos me gustaría diferenciar las acciones de las diferentes administraciones, que poseen características propias, teniendo en cuenta los partidos que las gobiernan, aunque curiosamente en algunos casos se intercambian “ideas” e incluso partidos “opuestos” acaban eficazmente el trabajo comenzado por sus “enemigos” políticos, como sucedió en educación, con Ernest Maragall del PSC como conseller de Educación. En este caso, Maragall continuó en la línea neoliberal ultra-conservadora del anterior, desbastando la poca estructura democrática que quedaba en el funcionamiento de los centros educativos.

En cultura, en estos momentos, la Conselleria de cultura de la Generalitat está gobernada por el PdeCat –antigua Convergència– y en Barcelona, el Ayuntamiento –cultura dentro de la estructura del ICUB– dirigido por Barcelona En Comú, aunque en cultura gobierna PSC, gracias a un acuerdo municipal.

La tarea que actualmente realiza la Conselleria en el territorio es prácticamente nula.

Desde hace varios años, con el conseller Mascarell –trasladado del PSC a Convergència Democràtica de Catalunya como independiente, cosa que podía parecer extraña, pero al poco tiempo nos dimos cuenta que era de enorme coherencia– intenta erradicar del mapa cultural de país toda mácula crítica y desde una postura radical deja boquiabiertos a sus congéneres de partido, generando una política cultural de élite, velando por las colecciones particulares y creando museos públicos para beneficio de intereses privados…  Poco después le sucede en el cargo Santi Vila, muy poco interesado y poco conocedor de la cultura del país, pero con fuertes ambiciones políticas. Al desmantelamiento de Mascarell le sucede un silencio administrativo pocas veces visto.

Es interesante remarcar que entre tanto silencio, de vez en cuando, Santi Vila realiza propuestas “peregrinas” –evidentemente para visibilizarse–, como que va a poner en marcha en Cataluña una feria de arte del nivel de ARCO, o propuestas de festivales megalómanos. Mientras tanto, el Plan Integral de Artes Visuales está aparcado, después de un año y medio de “entretener” a las asociaciones, poniendo presupuesto solo a las acciones que benefician a algunas galerías muy específicas.

Ninguna acción que mejore y/o modifique el estado imperante. Ninguna acción que demuestre preocupación por tanta precariedad. Solo algunas miradas hacia colecciones privadas donde las propuestas se basan en localizar centros de arte públicos que puedan alojar el patrimonio artístico de algunas familias amigas. El nuevo conseller Santi Vila deja la conselleria de cultura apenas puede colocarse en un lugar de mayor futuro político, nuevamente a la espera… el estado de elecciones permanente justifica los estados de standby.

Ningún interés por parte de la Administración por conocer las prácticas artísticas y culturales contemporáneas, ni por entender la evolución que ha hecho que en los últimos años se hayan abierto nuevos campos de producción y de relaciones
con la sociedad. Nunca como en estos momentos los trabajadores de la cultura han estado tan inmersos e interesados en la interlocución con el entorno, nunca como ahora tan preocupados con los temas que nos aquejan a todos. Hace ya mucho tiempo que las prácticas culturales contemporáneas han asumido con verdadero interés su papel de intermediador y recolector de los relatos sociales. Sin embargo, parece que desde los espacios de gobierno, les interesaría que nos coloquemos en ese espacio narcisista y banal que la sociedad capitalista dispone para los creadores, para consumo de unos pocos.

 

A. O.: Tal y como dices, en el Ayuntamiento de Barcelona se ha producido una coalición de gobierno entre Barcelona en Comú y el PSC. ¿Este pacto ha sido negativo para la cultura de Barcelona?

N. A.: La problemática del Ayuntamiento de Barcelona es verdaderamente compleja. Barcelona En Comú inicia su mandato con una propuesta cultural algo difusa, pero esperanzadora. Por primera vez en la historia del Ayuntamiento de Barcelona nos encontramos con propuestas diseñadas por personas que provenían realmente del mundo de la cultura, como Marcelo Expósito entre otros. En los momentos previos a las elecciones, se realizaron desde el partido reuniones multitudinarias de debate, donde nos encontrábamos personas del mundo de la cultura con anhelos de transformación y mejora. En esos momentos de debates parecía que la cultura iba a ser un instrumento de cambio relevante. Pizarras que recogían análisis y acciones, papelitos de colores con matices y especificaciones, relatores y relatoras que sabían perfectamente como coordinar y encauzar los debates. El 15M en marcha.

A pesar de ello, poco después de las elecciones, aparece la primera decepción: la regiduría de cultura no existiría: no hay suficientes regidores para todo, por los que cultura pasa a ser un comisionado. La idea de unir cultura y educación no les parece una buena idea. Se descarta la unión de las dos regidurías –a mi criterio una apuesta interesante y valiente–, por aparentes problemas de luchas de poder entre algunos componentes del partido.

Por tanto cultura pasa a ser un comisionado, lo que no sería un gran problema si no fuera porque simbólicamente nos evidencia un cierto desprecio por la cultura como algo verdaderamente importante. Los que creíamos que era un tema clave en Barcelona En Comú comenzamos a tener motivos para la preocupación.

El nombramiento de Berta Sureda como comisionada abre una línea de luz en el camino. Es el momento en que comienza a verse una nueva estructura renovada y de funcionamiento del ICUB, donde Sureda se dispone a no seguir con la Marca Barcelona, sino que pone el énfasis en el tejido cultural existente, desde la base. Ella misma dice: “No ha de ser el ICUB el que produzca la cultura, ha de ser la propia sociedad la que la cree”.

En esos momentos aún quedaban muchas incógnitas: cómo articular la cultura de base con la de los profesionales, cómo relacionar las necesidades con los proyectos de investigación, cómo mantener el debate entre las instituciones, los sectores profesionales y la ciudadanía… pero hemos de tener en cuenta que un nuevo proyecto de cultura se estaba construyendo, y ello hubiera requerido tiempo y experiencia a través de los errores y los aciertos.

Pero ese tiempo de construcción no existió. Después de poco más de un año llegó la noticia más temida: el Ayuntamiento de Barcelona hace un pacto con el PSC para que se haga cargo de cuatro regidurías, una de ellas la de Empresa, Cultura e Innovación, a cargo de Jaume Collboni. La decepción es enorme. En un principio Barcelona En Comú dice que en el acuerdo queda claro que el nuevo regidor continuará la línea de trabajo iniciada desde el comisionado. Sin embargo, a medida que va pasando el tiempo, las iniciativas y las acciones municipales de cultura son absolutamente opuestas al proyecto “común”. Collboni y su asesor Xavier Marcé –persona muy implicada en empresas privadas relacionada con equipamientos y servicios– ponen en marcha una medida tras otra, bajo el criterio Marca Barcelona –del cual Berta Sureda pretendía salir–.

Se trata de propuestas mercantilistas con el único propósito de enriquecer las empresas subsidiarias, dejando de lado toda intención de generar un proyecto cultural comunitario como el del Teatre Grec en agosto (Les Nits d’Agost al Teatre Grec), –dinero del turismo que va a parar a las empresas privadas Mas i Mas, Focus y Bitò, cómo no– , o el anuncio del acuerdo con Fira de Barcelona de ocupar el Pabellón Victòria Eugènia para alojar exposiciones de “gran nivel”, un antiguo sueño de una empresa muy ligada a Xavier Marcé. Por otro lado se sigue invirtiendo en “ladrillo”, en la tónica de anteriores gobiernos, dejando casi siempre los espacios sin presupuesto para equipamiento ni programaciones decentes.

Ante las reclamaciones continuas del sector y el descontento generalizado, Collboni acepta crear comisiones de trabajo que se derivan del Pleno de Cultura del Ayuntamiento. Sí, comisiones plurales, que pretenden poner un poco de interés social y buenas prácticas a tanto desastre, las cuales son presididas por alguno de los asesores o trabajadores del ICUB que inician las sesiones aclarando sistemáticamente que las conclusiones derivadas de las comisiones NO-SON-VINCULANTES.

Si hablamos de buenas prácticas, la Regiduría se destaca por crear concursos con jurados endogámicos en los que resulta siempre –casualmente– elegido algún amigo empresario del séquito socialista. Un ejemplo de ello fue el concurso ganado por la empresa Aftershare de Risto Meijide –colaborador habitual de la televisión basura– para fomentar la lectura, cuya primera propuesta era una triste y banal acción de envío de libros a Donald Trump, idea peregrina que afortunadamente fue vetada por el Comité Ejecutivo del Pleno de Cultura, aunque no pudo vetar que la empresa se haga cargo del programa –ahora en silencio–.

En definitiva, nos tienen trabajando como un entretenimiento, a sabiendas de las dificultades que tenemos los que trabajamos en cultura, donde nuestro tiempo se reparte en tres o cuatro trabajos precarios o en el desierto laboral por delante –los más jóvenes–, por lo cual, solo requiere un poco de paciencia de su parte. Las comisiones trabajan y el ICUB toma decisiones, la mayoría de las veces opuestas a los intereses de la mayoría.

Collboni también deja claro que ha dejado hacer y continuar procesos participativos que ya habían comenzado, como el del Teatro Arnau, o el del Borsí, o incluso el gran proyecto de Fabra i Coats, al cual el Ayuntamiento se niega a dotar como corresponde para crear el Centro de Arte que Barcelona merecería –¿quizás porque es en Sant Andreu y no les gusta el extrarradio?–. Migajas para los progres, mientras ellos gastan cientos de miles de euros en proyectos fantasmas o millones en ladrillo.

La decisión del gobierno municipal de Ada Colau, no podría haber escogido peor socio. Y lo que es peor, parece que no se enteran… y los que sí se enteran, no hablan.

 

A. O.: ¿Cómo puede la PAAC incidir en todo este proceso y ser al mismo tiempo una asociación de defensa de los intereses de los artistas?

N. A.: La PAAC –Plataforma Assembleària d’Artistes de Catalunya, creada hace apenas 18 meses–, como otras asociaciones profesionales, son imprescindibles en estos momentos de precariedad y infravaloración de las prácticas artísticas. En el escenario de crisis actual, pretendemos desde nuestra propia estructura crear modelos comunes y ser interlocutores para poder formar parte del debate y generar estrategias y luchar por el cambio. Hay muchos temas que nos preocupan, y las dificultades para afrontar la profesionalización es cada vez mayor. Los problemas de los creadores y creadoras, en relación a tener su situación profesional regularizada, tanto frente a la Seguridad Social como frente a la Hacienda Pública, parecen un problema muchas veces irresoluble.

Las malas prácticas en las artes visuales son continuas. Tal como explico en preguntas anteriores, en nuestro país, estamos sufriendo la desarticulación más grande del tejido creativo de toda la historia de la democracia. Ya hace décadas que nos encontramos que, tanto “izquierdas” como derechas, nos están diciendo que la cultura es este maravilloso espacio donde todo el mundo confluye, donde el mito –como dice Jorge Luis Marzo– de papel secante de los conflictos, ha servido de manera sistemática para instrumentalizarla  y desideologizarla. En los años 80 y 90 como modelo cultural para vender la Marca España (la aparición de ARCO, los artistas marca…), y ahora como modelo de productividad bajo los parámetros de las industrias culturales.

Desde la Ley Ómnibus –creada por la misma persona que creó la estafa del Fórum Universal de les Cultures– vemos como se ha secuestrado la investigación, como se desvalorizan los modelos de trabajo colaborativo, la importancia de la interacción social y la participación. Conservar el patrimonio clasista, la defensa del estatus de unos pocos, la frivolización de la cultura en medios de comunicación –acentuando la idea de los artistas como gente “glamurosa” y que hace cosas “raras”–, distorsionando enormemente los verdaderos intereses que mueven a los artistas, ha sido la peor política cultural que nos hemos encontrado y es la que ahora nos gobierna.

Sabemos perfectamente que las políticas culturales no hacen la cultura. Pero también sabemos que su capacidad para obstaculizarla es enorme.

Cierres como el de Can Xalant de Mataró, el Espacio Cero de Olot, los cambios en el Museu de l’Empordà, del CAN de Tarragona, la precariedad de Can Felipa, el silencio respecto del Canòdrom, la desarticulación y precarización de los proyectos de Xarxaprod, entre otros muchos, nos hace preguntarnos: cuando se habla del arte catalán, ¿de qué se habla? Sólo apoyando a la creación contemporánea tendremos patrimonio, ¿o qué creen que es el patrimonio?

Innumerables artículos en los pocos medios que tenemos abiertos a la cultura, y en redes sociales, charlas, debates… denuncian lo que pasa: lo analizan, proponen medidas de mejora, etc. En cambio, tenemos la sensación que no hay voz crítica. Hay más artistas y más voces críticas del mundo de la cultura de lo que parece, pero están secuestradas, los medios –excepto algunas loables excepciones– no se hacen oír, la televisión es la voz de su amo y, lo más importante, los políticos tienen una capacidad increíble de ningunear los profesionales críticos: la política es refractaria a todo lo que no le interesa.

La PAAC intenta, desde sus postulados asamblearios, generar mecanismos de funcionamiento que esperamos puedan cada vez dar más voz a los asociados y asociadas, recogiendo así los intereses de los y las artistas profesionales contemporáneos –o en vías de serlo– de toda clase sin distinción. Por un lado, nos hemos propuesto generar algunos servicios mínimos: de asesoramiento fiscal y jurídico, carnet internacional para poder entrar gratuitamente a lo museos, cursos de formación permanente, etc. También hemos creado un Observatorio de Buenas Prácticas, que da cobertura jurídica y ayuda a los artistas frente a las malas prácticas en cualquier situación de la profesión.

Por otro lado, en estos momentos somos interlocutores –y pretendemos seguir siéndolo– ante de las administraciones que siguen demostrando un verdadero desinterés para abordar el problema. Unos por desinterés propio respecto a la cultura, y los otros porque la cultura no es prioritaria, sin entender que la paralización de la transmisión de la cultura, la falta de reflexión, de debate respecto a la realidad que provoca la falta de atención a las humanidades, nos hará cada vez menos críticos, menos autónomos, menos capaces de tener pensamiento propio. Y esto se paga muy caro, lo sabemos, tenemos décadas de experiencia.

A partir de lo dicho anteriormente, no nos tiene que extrañar que un 33% de los artistas ganan entre 12 y 15.000 euros al año, el 21% entre 6 y 12.000 euros, el 34% menos de 6.000 € y sólo el 12% más de 25.000 €. Estos datos corresponden a un informe del 2008. Podemos imaginarnos la realidad del 2017. Hay una prospección, muy primaria aún, que dice que en estos momentos más del 55% de los artistas ganan menos de 500 euros mensuales… En pocos meses tendremos el resultado de una encuesta-cartografía que hemos realizado los últimos meses, con ayuda de la Generalitat, y de la cual en estos momentos se está realizando la interpretación de los datos.

Pero la complejidad no acaba aquí, y es que el trabajo del artista está dentro del ámbito de la cultura y cercano al de la educación y el desarrollo social. El artista, y los creadores en general, no sólo producen, también investigan, median, aportan soluciones a cuestiones del entramado social y reflexionan, junto con otros agentes culturales (historiadores, críticos, comisarios, etc.), sobre la situación en la cual vivimos.

El sistema cultural es un mundo relacional donde la creación es vertebradora, a la vez que lo enlaza y equilibra los aspectos mercantiles de la cultura con los aspectos críticos y liberadores necesarios para avanzar en nuestra sociedad. Pero este equilibrio que había –todavía precario– se ha roto con unos presupuestos residuales, que con la coartada de la crisis han configurado un nuevo panorama cultural en Cataluña.

Podríamos continuar con un enorme listado de situaciones que dificultan enormemente la vida de los artistas y que, en parte, con unas pocas modificaciones legislativas de protección social y fiscalidad, mejorarían ostensiblemente. Pero creemos que es a través de un trabajo sistemático y global, un trabajo entre todos los agentes de la cultura de este país en colaboración, podremos cuestionar y cuestionarnos, debatir, rebelarnos y revelarnos, podremos intervenir y exigir, podremos dignificar la creación, rescatar las palabras, ser más fuertes para no tener que colaborar con lo que no creemos, para reforzar incluso la autoestima perdida. Hoy más que nunca es tiempo de asociacionismo, palabras en común y acción colaborativa.

 

A. O.: La PAAC ha puesto en marcha una campaña que se denomina Santi Vila, on ets? ¿Qué características tendría que tener un buen consejero de Cultura que el actual no tiene?

N. A.: Cuando se realiza esta entrevista ya ha cambiado el representante de la Conselleria de Cultura de la Generalitat. Creo que evidencia que Santi Vila no tenía ningún interés por los temas de la cultura y utilizaba su cargo como plataforma para sus intereses políticos. Una vergüenza.

Cuando creamos la campaña Santi Vila, on ets? lo hicimos justamente en alusión a su falta de implicación con su cargo y responsabilidad. Su gestión no ha sido mala, sino inexistente. Una de sus últimas actuaciones fue la organización del Simposio La Cultura que viene, para debatir sobre el futuro de la cultura catalana y su espacio en el mundo. En esta jornada, presentada por la periodista Pilar Rahola –tan presente en los programas basura de Tele 5–, el apartado donde supuestamente se trataba sobre la creación contemporánea se titulaba La cultura y las empresas creativas. Nos puede dar una idea de lo que significa la cultura contemporánea para la Conselleria analizar los ponentes que configuraban la mesa: el director del Festival Sónar, Ricard Robles; la directora general de la Fundación Arte y Mecenazgo, Mercedes Basso; el director editorial de Taschen, Julius Wiedemann, y el conseller delegado de Nostromo Films, Adrián Guerra. El moderador, Jordi Sellas. Una cultura industrial que nos adocena, que hace prevalecer las grandes editoriales, las productoras de artes escénicas y televisivas más potentes –y normalmente deleznables–, los museos como espectáculo, es decir, lo que nos empobrece como individuos y como colectividad.

En estos momentos el nuevo conseller de Cultura es Lluís Puig Gordi, proveniente de Cultura Popular de la Generalitat. Un nuevo standby, a menos de un mes del referéndum que, tenga el resultado que tenga, provocará nuevas elecciones. Eso nos llevará como mínimo a principios del 2018, con presupuestos prorrogados –¡0,7% para cultura!– y una prórroga indeterminada para cualquier propuesta de mejora. Sin palabras.

 

A. O.: ¿Se ha perdido definitivamente la idea de una política cultural menos dependiente de los partidos políticos que representaba el CoNCA?

N. A.: El CoNCA –Consell Nacional de la Cultura i de les Arts– ha sido el primer organismo en el sur de Europa de gobernanza pública de la cultura, con intención de independencia de las controversias políticas.

Desde hace ya varios años urge mejorar su funcionamiento y dotarlo de mayores recursos y competencias ejecutivas, si no el CoNCA pierde absolutamente su sentido de ser. La publicación de la Ley Ómnibus –hace unos años, en épocas del conseller Mascarell, cómo no…– tiró por la borda un proceso de evolución y modernización de las políticas culturales modélico en un país del sur de Europa, haciendo retroceder una vez más las potencialidades de una buena iniciativa.

Hacer desaparecer las competencias ejecutivas del CoNCA sin ningún tipo de debate sólo se puede explicar desde la óptica de la supervivencia de una cultura y de personajes autoritarios con deseo de poder, que se aprovechan de un país todavía demasiado débil democráticamente, que da valor a la jerarquía y promociona las personas por sus afinidades sociales y políticas, y no por sus méritos. Clientelismo que frena la modernización del país y compromete su futuro.

Desde los primeros momentos, el CoNCA fue utilizado como un instrumento político, donde los políticos del PSC intentaban compensar con la nueva estructura la política convergente, nada transparente y con políticas culturales erráticas y absolutamente conservadoras de los valores más caducos. Sin embargo, en ningún momento el Gobierno que pone en marcha el CoNCA –y que hace ver que lo hace, en parte, por la presión de las asociaciones profesionales–, utiliza el nuevo Consejo como una herramienta de compensación política, aparentemente de izquierdas, sino con una finalidad exclusivamente partidista, sin ningún objetivo social ni cultural, ni mucho menos transformador.

El CoNCA nace como un instrumento político, pero al poco tiempo se transforma en un problema político. Mascarell, en su segundo mandato, hace del CoNCA un mera oficina de informes, sin ninguna capacidad de gestión.

Desde las asociaciones profesionales estamos hartos de que sean los políticos sin conocimiento los que determinen las líneas de desarrollo de la cultura, cuando en realidad lo que hacen es apropiacionismo de la cultura para sus propios intereses. Las prácticas artísticas existían mucho antes que las políticas culturales. Los creadores y creadoras, trabajamos sin tener en cuenta las fluctuaciones políticas, seguimos trabajando, siempre…

En relación al actual equipo del CoNCA me gustaría comentar que los informes que se han presentado, las evaluaciones estratégicas, los informes anuales, el informe Aproximación del ecosistema de las enseñanzas artísticas, las 36 propuestas –tributario, laboral, contractual, formativo–, el Estatuto del Artista, y tantos otros estudios, serán papel mojado si no hay voluntad política de llevar a cabo las mejoras. El actual equipo pone empeño en el trabajo, pero a veces tengo la sensación que hace el trabajo que anteriormente hacíamos las asociaciones profesionales –cuando teníamos recursos para hacerlo– pero sin incidencia real.

El CoNCA solo tendría sentido si, con plenos poderes y autonomía, puede determinar sus propias políticas, sus propias prioridades, sus planes estratégicos y los presupuestos de sus programas y sus actividades

De este modo, un CoNCA con plenos poderes se haría cargo de las competencias que el actual organigrama del Departamento de Cultura de la Generalitat de Catalunya atribuye a la Dirección General de Promoción Cultural, al Instituto Catalán de Industrias Culturales y a la Dirección General de Patrimonio sobre los organismos participados por la Generalitat: el Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC), el Museu d’Art de Girona y el Museu d’Art Contemporani de Barcelona (MACBA)…

El nuevo modelo de gestión no debería limitarse al marco competencial de la Generalitat de Catalunya, por lo que debería influir otros niveles de la administración pública al estilo del Centrum Beeldende Kunst de Rotterdam o del Massachusetts Council for the Arts and Humanities que, creo, fueron los modelos en los que las asociaciones profesionales habían puesto la mirada y en los que se basaron en un primer momento.

Hoy por hoy, sí que creo que se han perdido los objetivos del CoNCA, aunque deberíamos seguir intentando que se revierta la situación. Se avecinan momentos de muchos cambios, y es en ese contexto de cambio que debemos trabajar.

 

A. O.: ¿Hacia dónde tendrían que avanzar las denominadas fábricas culturales?

N. A.: Las prácticas artísticas contemporáneas han evolucionado en los últimos años diversificándose y abriendo nuevos campos de experimentación, producción, y relaciones entre todos los agentes culturales y la diversidad de los públicos.

La mayor parte de actividades que se hacen en estos espacios es muy difícil de englobar dentro de las industrias culturales, ya que no generan beneficios de manera directa, exceptuando en algunos casos donde existen relaciones muy específicas con galerías.

La mayor parte de la actividad que se genera en los centros de producción buscan desarrollar líneas de investigación y de mediación, ampliándose en otros ámbitos como por ejemplo los de la educación y el espacio urbano, la experimentación en las nuevas tecnologías, el lenguaje y la comunicación, el análisis y la crítica, la configuración de valores, la concreción de otras formas de relación con el público, la experimentación a través de procesos participativos, y sobre todo, en la generación de inmateriales.

Estas nuevas maneras de trabajar proporcionan un potencial importante a la vez que permiten la articulación con un espacio relacional que contribuye al bien común, de forma que los procesos se conectan con ámbitos y áreas que tienen que ver con la calidad de vida de los ciudadanos y las ciudadanas.

Las prácticas artísticas contemporáneas tienen en estos momentos la capacidad y la voluntad de trabajar de manera transversal, de plantear problemas, localizar conflictos, buscar soluciones y dar visibilidad a cosas que se relacionan con la vida cotidiana.

Barcelona es una ciudad que durante muchos años ha sido pionera como modelo de organización colectiva, que ha luchado para lograr la profesionalización de los trabajadores y trabajadoras de la cultura, por unos equipamientos dignos, siempre respetando la diversidad de formas de hacer. Los centros de producción –a mi criterio mal llamados fábricas de creación– son el resultado de estos modelos de colaboración entre diferentes ámbitos profesionales con la comunidad.

Sería muy importante que la ciudad pueda articular los espacios de exhibición con los espacios de producción y de investigación para generar nuevos escenarios de conexión con los barrios y la sociedad en general.

En estos momentos tenemos en Cataluña una fuerte oferta de centros de producción, residencias de artistas con formatos y gestiones absolutamente diferenciados. La mayoría de estos centros han sido legitimados por el propio sector después de largas trayectorias. Creo que sería muy importante mantener esa diversidad como una riqueza que puede dar posibilidades a proyectos de actuación también diferenciados.

Desde hace un tiempo, desde el Ayuntamiento de Barcelona, se intenta homogenizar el proyecto “Fábricas”, cosa que creo un enorme error que tendría unas derivas previsiblemente negativas. En el documento pasado a las asociaciones desde el ICUB, existe una confusión entre la titularidad pública de los proyectos y el que se desarrollen dentro de espacios públicos. Hemos de tener muy en cuenta que la mayoría de estos proyectos surgen de iniciativas asociativas o privadas, a partir de una clara necesidad de los creadores y creadoras y de todo el entramado cultural y social que ello genera y se desarrollan dentro de ámbitos y estructuras públicas. La autonomía de los proyectos ha garantizado que todos estos años hayan podido desarrollarse con objetivos propios y respondiendo a las necesidades del sector.

Desde la administración lo que se debería hacer –teniendo en cuenta el carácter público y el interés social y cultural de los proyectos– es generar un sistema de evaluación y validación conjunta de los proyectos, que garantice la transparencia, la democracia interna y la comprobación del retorno social de los mismos.

 

A. O.: ¿Qué le dirías a un artista joven que empieza a exponer sus trabajos y que acaba de conocer la existencia de la PAAC para que se decidiera a formar parte de la asociación?

N. A.: Desde la PAAC damos voz al colectivo de los artistas visuales de Cataluña, luchando por sus derechos laborales y sociales, y por su reconocimiento como creadores y creadoras dentro del ámbito global de la cultura. Es también una plataforma de unión y de cooperación profesional.

La aportación de los más jóvenes es muy importante para nuestra asociación: el éxito de nuestros objetivos dependen de la voluntad y del impulso del conjunto de los artistas. La estructura de la PAAC es asamblearia, con voluntad de trabajar de forma horizontal, permitiendo un alto grado de participación de sus asociados. En su asamblea no existen solamente artistas –otros agentes culturales enriquecen nuestra asociación– pero el objetivo sí es común y el trabajo se centra en la mejora de las condiciones profesionales y las relaciones entre creadores y creadoras de les artes visuales.

Podría enumerar una serie de situaciones que dificultan enormemente la vida de los artistas, y que en parte, con algunas modificaciones legislativas, de protección social y fiscalidad, mejorarían ostensiblemente. Creo que es a través de un trabajo sistemático y global entre todos los agentes de la cultura de este país que, en colaboración, podremos cuestionar y cuestionarnos, debatir, rebelarnos y revelarnos, podremos intervenir y exigir, podremos dignificar la creación, rescatar las palabras, ser más fuertes y recuperar la autoestima perdida. Como decía antes, es tiempo de asociacionismo, palabras en común y acciones compartidas.

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Jornadas y debates entre miembros de la PAAC.

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