CONTRA LA COOLTURA
Art i política a Catalunya
Joan M. Minguet Batllori
Edicions Els Llums, 2015
Joan M. Minguet Batllori, profesor de Historia del Arte contemporáneo y cine en la Universidad Autónoma de Barcelona y presidente de la ACCA, (Asociación Catalana de Críticos de Arte) ha publicado el libro CONTRA LA COOLTURA. Art i política a Catalunya. En este libro se reúnen los artículos y entrevistas que ha publicado desde 2013 en diversos medios de comunicación y en su propio blog Pensacions.
Se trata de un libro breve (137 páginas), de rápida lectura, que va directamente al grano y que da gusto leer. Los artículos también son breves y concretos y surgen de la indignación, pero demuestran cómo, más allá del enfado, hay unas claras estrategias culturales y políticas que hay que denunciar. Utiliza varias veces la metáfora de Bertolt Brecht según la cual la cultura tiene que ser un martillo para dar forma a la realidad y en cierta manera cada artículo es un martillazo para denunciar las diferentes estrategias de la banalización de la cultura: desde las más altas instancias políticas (el consejero Mascarell, el gran destructor) hasta las periodistas como Bibiana Ballbè, que realmente llevan a la práctica las políticas concretas banalizadoras no sólo en los medios de comunicación, sino también en las instituciones culturales concretas.
Pero, ¿qué es para el autor la banalización de la cultura? Es una manera de divulgar la cultura (y de generar una cierta cultura) que pone tanto el énfasis en el entretenimiento, la seducción visual y la facilidad de la recepción que llega a anular los demás valores como la capacidad crítica, la reflexión, el diálogo, la posibilidad de transformación de la sensibilidad y el conocimiento de otras realidades. Cuando periodistas como Ballbé dicen que: “La mejor manera de hablar de cultura es hacerlo de manera entretenida”, “Estamos en la tele y las cosas tienen que ser bonitas”, ”La cultura no quiere decir una cosa gris, aburrida y difícil de digerir, al revés, hagámosla entretenida, atractiva, sexi y mucha más gente se interesará por la cultura”, “Desde cuándo la tele es profunda?, la tele es un medio super rápido, hiper rápido, tú estás utilizando la tele como ventana…” (pp. 37-38. La traducción es mía) Esto es banalizar la cultura en la televisión. Y cuando una realizadora como Mai Balaguer, en el momento de referirse a los contenidos culturales dice que “lo más importante no es lo que dices, sino cómo lo dices”, se trata de pura frivolidad. (p.40)
También es banalizar la cultura cuando se eligen periodistas televisivos para organizar acontecimientos culturales como el tricentenario de 1714 (Mikimoto y Toni Soler) y sobre todo cuando la acción política del consejero Mascarell pasa de un supuesto y vaporoso noucentisme a una acción concreta de destrucción por la destrucción.
El libro tiene aires panfletarios en el mejor sentido de la palabra (incluye uno concreto, además), no es un texto de teoría de la cultura, pero necesariamente enmarca su crítica de la banalización de la cultura en nuestro contexto. La cultura contemporánea está atravesada por dos grandes corrientes que en algunos momentos se alimentan mutuamente y en otros chocan: “Ahora, la cultura ya no está formada exclusivamente por la erudición libresca, o por el mundo de las artes selectas (la música de cámara, la ópera, la historia de la pintura de la nobleza y de la burguesía…), sino que a esta información se añade toda aquella que proviene de la cultura de masas: la fotografía, el cine, las artes de la calle, la música enlatada de distribución y de consumo masivo, la publicidad en todas sus variantes, todo el caudal de la vorágine urbana, la pornografía, la moda, y obviamente, la televisión (…) “La información se ha multiplicado exponencialmente. El homo videns no puede abarcarlo todo, tiene un acceso parcial a la cultura” Esto tiene unas consecuencias directas sobre la propia información: “Ya no es estrictamente conocimiento, como pasaba en la época de la Ilustración –o de la modernidad-; ahora, la información es necesario contrastarla, compartirla, analizarla… para acabar convirtiéndola en conocimiento.” (p.58)
Para Minguet la cuestión es intentar alejarnos de las políticas y de los medios de comunicación cuya misión es la de crear y reproducir los “analfabetos secundarios” que pronosticaba el escritor Enzensberger. Se trata de aquellas personas que sabiendo leer y escribir viven ajenas a la cultura formativa, a la transmisión del pensamiento y al contraste de discursos por medio del lenguaje verbal. Un tipo de personas muy bien adaptadas al medio, sin nada que pueda alterar su conciencia y que nunca echarán de menos otro tipo de formación cultural… Una parte importante del problema es que aquellas personas que capitalizan los mensajes que se escuchan en los grandes medios de comunicación “dinamiten la capacidad transformadora que estos medios puedan tener. Y apuesten claramente por la simplificación” (p.59)
Lo divertido de la escritura de Minguet es que en medio de estas ideas tan serias y con un punto apocalíptico salga con ejemplos en forma de chiste serio, que te hacen reír: hablando de la frivolidad de los medios de comunicación cita a Josep Murgades cuando dice que en Cataluña si alguien se tira un pedo le tratan como un especialista del aparato digestivo… Minguet dice que ahora es peor: alguien se tira un pedo y le entrevistan… y si el pedo es soberanista o contrasoberanista le dedican páginas y minutos sin parar… (p.59)
Por otro lado, la banalización de la cultura no reside sólo en los medios de comunicación, sino que hay otro frente más grave que es el de la acción política del actual consejero de cultura Ferran Mascarell cuya gestión le merece al autor el sobrenombre de “el destructor”. El fondo de la cuestión viene dado por el nulo interés que Mascarell tiene por la cultura contemporánea en general y por el arte en concreto, sobre todo si se entiende como una práctica crítica y comprometida con la realidad actual. Además de la desconfianza por cualquier tipo de participación de los profesionales del sector en la toma de decisiones y por la obsesión en las “industrias culturales”. Minguet afirma (con una de sus bromas serias) que si los presidentes de la Generalitat de la democracia y sus respectivos consejeros de Cultura hubieran vivido en la Florencia renacentista, la Galleria degli Uffizi no existiría, porque no se hubiesen preocupado por los artistas del presente, de nuestro presente.
De una manera más concreta, las ideas de Mascarell se han plasmado en la práctica con la destrucción de muchos de los proyectos de gobiernos anteriores y la paralización o reducción al mínimo de numerosos e interesantes centros de arte: son los sabidos casos del CoNCA, (Consell Nacional de la Cultura i de les Arts, reducido a una caricatura) del Canódromo (futuro centro de arte contemporáneo suprimido) de Can Xalant de Mataró (reconvertido prácticamente en centro de exposiciones) etc. A partir de las ideas y prejuicios del gobierno de CiU, de las de su consejero Mascarell y la mala gestión de la crisis económica, el golpe a la creación contemporánea está siendo muy duro.
Otro de los temas que Minguet trata en el libro es el de los museos y en especial en el MNAC. Es interesante remarcar este hecho por dos razones: la especial importancia de un museo “nacional” en un país, como Catalunya, que opta decididamente a su independencia política y también porque es una de las partes del libro en la que el autor admira decididamente una transformación concreta. Minguet plantea la necesidad de que los artistas y los críticos se impliquen en el proceso político y social de la futura República Catalana, que también es un proceso cultural. Hasta ahora, la voz de los artistas y los críticos ha brillado por su ausencia, pero una de las virtudes del libro de Minguet es la del llamamiento a debatirlo todo, a replantearlo todo y a reactivar la voz de los artistas y críticos, hasta ahora tan dormida. No puede haber una ausencia de ese tipo en un proceso tan importante. Por otro lado, Minguet profundiza en las contradicciones de un “museo nacional” de una nación sin reconocimiento real de su condición, a diferencia de los museos nacionales de España o Francia, y por lo tanto sin una colección que realmente muestre este relato “nacional”. Sin embargo, en la nueva ordenación de las salas realizada por Juan José Lahuerta, Minguet ve una posibilidad de reconducción de las contradicciones manifiestas del museo y por tanto una superación de la banalización de la cultura: “El paseo pausado que he hecho por las nuevas salas me ha maravillado. Y me ha reconfortado la posibilidad que los museos catalanes puedan reformularse. Que no tengamos que vivir permanentemente en aquellas convenciones museográficas que fueron modernas pero que han dejado de serlo.” (p.106) El acierto de la nueva concepción del discurso museístico del MNAC (de los siglos XIX y XX) se basa sobre todo en tres ideas: En lugar de centrarse en los autores se centra en el valor de las obras y en la capacidad de diálogo de estas obras con otras. Por otro lado, ha dejado un poco de lado la cronología estricta para no encasillar demasiado rígidamente esas mismas obras. Por último, y quizá lo más importante, no se ha limitado a confiar exclusivamente en la pintura y la escultura para formar el discurso, sino que ha incluido las artes aplicadas, la fotografía, el cartelismo y a veces el cine para construir la narración visual de este periodo.
Por último me gustaría destacar no sólo la audacia y la contundencia de las ideas de Minguet, sino también su invitación al sector que representa (críticos de arte, teóricos, profesores, directores de museos, pero también a los propios artistas) a participar en los debates políticos y sociales de los que han estado muy apartados en los últimos tiempos, como es el caso actual del proceso hacia la independencia. Hay que reconocer que ni las asociaciones de críticos ni de artistas han estado especialmente activas en las campañas a favor de la recuperación de la memoria histórica, por ejemplo. Implicación que sí han tenido artistas concretos como Francesc Abad, Pep Dardanyà, Francesc Torres, entre otros. Pero no sólo eso, Minguet exige que los críticos participen y sean escuchados (como mínimo, cosa que ahora no pasa) en las decisiones que les afectan directamente por parte de la administración. Esta falta de diálogo y mucho menos de participación ha alcanzado en estas últimas legislaturas su punto culminante. Esperemos que en los próximos gobiernos de la Generalitat esto no siga ocurriendo.
Sin embargo, creo que la idea más importante del libro es la firmeza de la defensa que el papel del arte y la cultura contemporáneas deben tener en la formación de las personas críticas y sensibles. Y cómo esta “cultura estética” es un elemento fundamental de la transformación de la sensibilidad, de la autonomía personal y de la propia libertad.
Joan M. Minguet y la portada de su libro Contra la Cooltura.