Antes de poder hablar de la lectura del artículo de Joan Fontcuberta “Por un manifiesto posfotográfico” creo necesario, aunque no por poca falta de popularidad, hacer una pequeña reseña sobre el autor mismo, para así poder enmarcar en un mejor escenario sus palabras.
Joan Fontcuberta es un artista internacional, fotógrafo, profesor de Estudios de Comunicación Audiovisual en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona y en la Universidad de Harvard de Cambridge. Sus obras cumplen con a una representación crítica de la realidad fotográfica a través de la imagen y su contexto. A la vez, el espectador mantiene una relación interactiva con sus trabajos.
Uno no se queda indiferente tras la lectura del artículo “Manifiesto Posfotográfico”; como bien dice el autor, actualmente asistimos a una revolución fotográfica sin precedentes, que dejan al aire una retahíla de preguntas cuyas respuestas (si es que hay alguna respuesta definitiva), son, en mi opinión, aún susceptibles de ser transformadas, ya que aún se vive en este contexto. Aunque considero que en este caso, como en la mayoría de situaciones, es mejor seguir provocando preguntas que buscar respuestas concretas. Cuestiones como: ¿Quién es hoy el fotógrafo? ¿Cuáles son sus usos o cómo se utilizan y circulan?
Para tal introducción, Joan Fontcuberta nos habla sobre el síndrome de Hong Kong, el cual explica que hubo ocho fotógrafos de plantilla, que cubrían la información local de uno de los principales periódicos de la ciudad, que fueron despedidos y suplantados por un colectivo de repartidores de pizzas con cámaras digitales, por la misma empresa. ¿Cómo puede ser que profesionales de la cámara sean substituidos por repartidores de pizza? A lo que él responde con mucha claridad y sensatez, que la decisión empresarial consistía en la agilidad. Me explico: los repartidores de pizza tienen una habilidad de la que los fotógrafos carecen en este caso, el dinamismo y rapidez del desplazamiento en la ciudad. De esta forma la imagen es captada con más velocidad y ésto, a la vez, significa llegar a tiempo a la noticia. Es aquí donde aparece el ciudadano-fotógrafo, que conlleva un cambio de canon fotoperiodístico, como bien señala Fontcuberta. Todo esto implica una reinvención del panorama fotográfico, donde el apresuramiento, la prontitud o rapidez prevalece ante el refinamiento de la imagen, del instante decisivo, ya que estamos incitados a los efectos de una lucha continua con los mercados. En otras palabras, se está dando paso a un entorno sociocultural donde la urgencia de la imagen está por encima de sus propias cualidades.
No es de extrañar pues, que vivamos en una masificación de imágenes que viene dado por la masificación de cámaras de todo tipo, ya no solo las que disponemos en nuestros propios hogares o en un entorno más cercano o familiar, sino otros como cámaras web, Google Street View y artefactos de vigilancia, un panóptico en toda regla, donde todo esto nos sumerge en un mundo saturado de imágenes.
Es así como, ahora, la fotografía está al alcance de todo el mundo, ya sea para poder producirla o obtenerla, dejando ya de ser dominio de artistas, especialistas o profesionales. Se ha creado un nuevo lenguaje. Por otra parte, cabe mencionar cómo hacemos uso de estas cámaras y en qué tipo de contextos; por ejemplo, en la lectura Joan Fontcuberta nos expone dos casos bien distintos, los dos entendidos como espectáculos de masas pero con fines muy alejados el uno del otro. El primero, es un concierto de Lady Gaga donde la imagen que nos enseña es la cantante rodeada de sus fans con cámaras: aquí la fotografía ya no se utiliza como herramienta documental, sino celebratoria, ya no hay símbolos de la era analógica cómo velas ni otro tipo de símbolos, sino que sólo aparecen las cámaras.
El segundo consiste en una serie de tres fotografías de manifestantes tomando fotos con móviles de disturbios, protestas y atentados en Irán; aquí, cómo bien señala el autor, ya no se tiran piedras sino que lo único que se tiran son fotos, otra forma de acreditar poder y fortaleza.
Es importante señalar que, en ambos casos, hemos pasado del “esto ha sido” de Diane Arbus al “yo he estado ahí”. Sólo que en el primer caso, como señala el mismo autor, se añade “y además lo pasé muy bien” y en el segundo “y lo pasé muy mal”.
La tecnología digital que progresa dentro del campo de la fotografía supone un punto y aparte en el mundo de la comunicación y de nuestras vidas. Donde ahora somos testigos de una circulación vertiginosa de imágenes por redes sociales. Como bien he mencionado antes, actualmente vivimos con dispositivos y aparatos que nos vigilan y a la vez, nos permite hacer uso o ver a través de ellas y por si fuera poco, la investigación, la rama científica, embiste de una forma vertiginosa y ayuda a este desarrollo donde exploran los mecanismos de la imagen, como por ejemplo, monitorizar la actividad mental, emocional y poder extraer imágenes de ella. Dicho de otra manera, poder codificar las emociones, acceder a la percepción visual del otro. Años atrás, muchos de estos descubrimientos actuales eran impensables. Por otra parte, es innegable que hoy internet y sus portales disponen de una circulación de imágenes por doquier, que implica una nueva visión; todo esto es lo que hoy nos conecta al mundo. Y en esta nueva percepcion de la realidad, ya no deseamos conocer, sino reconocer, hoy ya no es tan importante quién aprieta el botón sino quien hace el resto, quién gestiona y pone valor a la vida de esa imagen.
Conocer de quién es el mérito o quién ha manejado todos los hilos me lleva a poder relacionar este punto con el teatro negro de Praga (černé divadlo) pero en este caso por el sentido contrario que éste supone. En el teatro negro puedes ver lo que ocurre en el escenario, la puesta en escena y no quién es movido por quién o qué es movido por quién. Lo importante es el mensaje que se da y no quién lo da. Por tanto, esto se puede resumir en que ahora, la persona es identificada con la imagen, y eso no deja de ser una faceta de nosotros mismos que decidimos mostrar frente a un público (donde la mayoría es gente desconocida). Como bien señala Fontcuberta, “el turno del baile de máscaras”.
Me gustaría poder terminar con los dos últimos ejemplos que pone el autor en el artículo, donde señala las fotografías que produce la actriz Demi Moore y el antiguo presidente de la Generalitat de Catalunya, Pasqual Maragall. En el primer caso, la actriz se fotografía periódicamente en ropa interior, frente al espejo de un cuarto de baño, para luego colgarlas en Twitter para sus fans creando así estereotipos de belleza. En el caso de Pasqual Maragall, se autorretrata con su móvil frente al espejo; esta vez el uso de la imagen es bien distinta a la anterior: se trata de constatar los cambios que ha sufrido debido al Alzheimer. Mirarse y reinventarse, mirarse y no reconocerse.
“Las fotos ya no recogen recuerdos para guardar, sino mensajes para enviar e intercambiar”. Volvemos así al autorretrato, un concepto siempre vigente, pero cambiante, aunque de forma antagónica nos queramos mostrar con nuestra forma más sincera, siempre ocultamos otras muchas partes, una puesta en escena implica sacarse a bailar con una máscara, otra declaración de la posfotografía.