Winnipeg: un diálogo teatral con la memoria histórica

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Escena de Winnipeg, obra de Laura Martel dirigida por Norbert Martínez | © Cristina Raso

 

Termina la obra y el público de la sala del Teatre Akadèmia arranca a aplaudir. Debajo de las chaquetas, que pronostican la llegada del otoño, hay muchos pelos de punta. Martí Salvat, uno de los actores de la obra, explica que la de hoy ha sido una función especial. De espectadora está Lola Patau, una de las niñas que viajó en el Winnipeg de Francia a Chile. Lola se levanta para agradecer a la compañía este regalo: “es muy importante que el arte refleje la memoria de aquella gente que tuvo que dejar su tierra por motivos políticos”. Para ella poder ver representadas las vivencias de cuando tenía 5 años no tiene precio. La obra Winnipeg narra el exilio de una pequeña niña y su padre a bordo del barco que Pablo Neruda impulsó, pero también la historia de una los más de 2.200 republicanos que viajaron en esa embarcación el 1939.

Son días difíciles para la cultura. Las medidas restrictivas de la COVID-19 hacen que las producciones ya no se planteen para ganar dinero, sino casi para “perder lo menos posible”, explica Ôscar García, productor de la obra. A pesar de ello, las salas se han adaptado a las condiciones de higiene necesarias para garantizar la seguridad de todos los espectadores. Entrada en cuentagotas de todas las personas en su asiento correspondiente. Gel, manos, distancia, mascarilla… 

En la sala Akadèmia no hay telón. Entras y te golpea la presencia abrupta pero minimalista de la escenografía montada. La estética de Winnipeg es austera, unas pocas mesas y una pantalla conectada a una handycam con la que la actriz Laia Alberch enfoca cómo coloca unos lápices de colores encima la mesa. Aparentemente sin importancia, estos lápices se convertirán en el amuleto de la pequeña protagonista. “Se mira pero no se toca”, remarcan constantemente en la obra. Esa pequeña también pudo ser Lola Patau, que recuerda cruzar la frontera con tan solo cinco años y casi sin ninguna pertenencia: “crucé a las espaldas de mi madre, atravesando ríos con la ayuda de todo el mundo y con tres vestidos puestos”. 

 

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Lola Patau, una de las niñas refugiadas que viajó en el Winnipeg en 1939. | © Elena Bulet

 

A lo largo de la obra, la handycam le da vida a distintos objetos. Una pequeña pluma que se convierte en barco, retratos de personas del pasado, maletas, monedas y otros elementos que sirven para ir ilustrando las escenas de la historia. La Jarra Azul conduce al espectador de Barcelona a Portbou, a cruzar los Pirineos, a Colliure, a Argelès-sur-Mer, luego a París, luego Trompeloup, el Winnipeg, días de mar y finalmente se llega a Valparaíso. Tan solo con una cámara, una pantalla, una iluminación original, cuatro voces espectaculares y una apuesta por el sonido como vehículo conductor muy acertada.

“Dicen que la patria es un fusil y una bandera. Mi patria son mis hermanos, que están labrando la tierra…”, cantan en una de las escenas. Esta no es la primera obra en la que La Jarra Azul reivindica la memoria histórica. “Esta compañía se caracteriza por hacer un teatro contemporáneo, muy claro y directo. Con Winnipeg queríamos abrazar la memoria histórica y mantener un hilo de poesía detrás”, explica el productor. Además, la obra cuenta con la presencia de muchos jóvenes profesionales formados en La Jarra Azul, puesto que la compañía celebraba 20 años. La idea surge durante un viaje a Chile, donde unos integrantes de la compañía estaban de gira con otra de sus obras. En Valparaíso conocieron la historia de este barco y poco después encontraron una novela gráfica de Laura Martel, que accedió a adaptarla al teatro. 

Winnipeg es una obra sobre el pasado que dialoga con el presente. La guerra civil española es todavía un tabú en la sociedad actual. Hay muchas personas que no conocen qué les pasó a sus familiares. Lola explica que “no se ha hablado suficiente de los horrores de una guerra. Todavía tengo un tío del que no se sabe nada”. Para Ôscar “ha habido una negación de la historia, hay una parte que se ha intentado ocultar. Y eso es muy grave, la historia debe conocerse para no volver a cometer los mismos errores”. Este diálogo con el presente también se refleja en las muchas embarcaciones que buscan asilo en Europa y a cuyos tripulantes se les abandona en el mar. ¿Qué hubiera pasado si Chile no hubiera alojado a todos los refugiados del Winnipeg? 

“Una de las funciones importantes del arte es la comunicación. El arte puede comunicar la historia de una manera cercana”, explica Ôscar. Winnipeg, entre otras producciones y obras de arte, invita a reflexionar sobre el pasado. ¿Lo pensamos suficiente? ¿Hemos hecho como sociedad un trabajo de memoria histórica? ¿Quién ha decidido cómo se narra la guerra civil? ¿Qué historias son válidas y cuáles no? Lo bueno del arte es que muchas veces tampoco te aporta (ni puede, ni debe aportar) una respuesta. Simplemente te plantea un escenario, te explica una realidad y te despierta el sentido crítico.  

Termina la obra y el público de la sala del Teatre Akadèmia arranca a aplaudir, entre removido y emocionado por la experiencia de la última hora. “Que la crítica borre toda mi poesía, si le parece. Pero este poema, que hoy recuerdo, no podrá borrarlo nadie”, escribía Pablo Neruda en la partida del Winnipeg. La obra debía estrenarse en julio dentro del Festival Grec, pero debido a la pandemia el estreno se aplazó hasta septiembre. Las sesiones de Winnipeg en el Akadèmia ya han terminado, pero la compañía está confirmando nuevas fechas. La siguiente oportunidad para verla: el 13 de noviembre en Collbató. 

 

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Escena de Winnipeg | © Cristina Raso

 

 

 

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